¿Hasta dónde está dispuesto a llegar el llamado mundo civilizado para seguir con sus viejas costumbres y hábitos? ¿Vale todo a la hora de contentar a las masas? ¿Es lícito pisotear los derechos humanos a cambio de moneda y divisas? ¿Todo por el progreso? ¿Qué progreso? ¿De quién? ¿Podemos hablar de fútbol responsable?
Un lavado de cara internacional bajo el que subyace un país donde los derechos son propiedad privada de los petrodólares. Más de 200.000 mil millones de euros invertidos para la celebración, por primera vez, de un Mundial en Asia.
Más de 6.500 trabajadores muertos desde que, allá por 2010, Catar fuera escogido como anfitrión del, posiblemente, mayor evento deportivo. Datos que asustan. Números que el régimen catarí reduce sin miramientos. 500 tampoco son tantos para sus gabinetes de dirigida comunicación. Cifras que nos hacen cuestionarnos si realmente es posible alcanzar global y conjuntamente los objetivos de desarrollo sostenible. Un mundo mejor, sencillamente.
Un inversión multimillonaria justificada en la construcción de estadios, infraestructuras de transporte y salud, pero, una vez pase este evento, ¿quiénes serán los beneficiarios reales de ello?
Un país de 2.8 millones de habitantes que espera recibir 1.2 millones de visitantes para el torneo. Un impacto ambiental y social realmente brutal y para el que, por ejemplo, no se solicitan pruebas ni certificados de vacunación. Para el fútbol, la pandemia está olvidada.
Un enclave donde las temperaturas realmente extremas que se viven se han obviado. La salud de espectadores y futbolistas a salvo durante 90 minutos. Más allá de los tornos de entrada, millones de personas expuestas a riesgos evitables.
Alojamientos infrahumanos para trabajadores y visitantes. Las imágenes de contenedores habilitados para la ocasión son dignas de ciencia ficción o, más bien, de siglos oscuros pasados.
¿Y qué decir de la censura televisiva? Retransmisiones donde la libertad de expresión es a golpe de click del simpatizante regidor o donde sufres un acoso terrible por llevar un brazalete arco iris.
Se analice como se analice resulta un auténtico disparate que un Mundial de fútbol, un evento del que se presupone amor por el deporte y unión de personas, queda en un segundísimo plano única y exclusivamente en aras de un desembolso económico para los de siempre.
El rubor vergonzoso que ha provocado el presidente de la FIFA, Gianni Infantino, con sus declaraciones, bien podrían servir para un cierre de este post que pretende ser una voz más de denuncia sobre algo que nunca debió producirse.
Occidente se llena la boca frente a la pantalla con las palabras «Agenda 2030», «sostenibilidad» o «derechos humanos», mientras que, tras la puerta de su posición de poder, llena sus bolsillos y no precisamente para invertir en humanidad.
La responsabilidad social no es un comodín con el que jugar según los intereses publicitarios de unos pocos. No es una carta libre de compromiso real. Es una necesidad.
